Un héroe común

Vertientes, 5 ene. – Conozco un héroe que no lleva capa ni posee súper poderes, no viene del cielo ni es hijo de Zeus, no se esconde en un lugar secreto hasta que suena una alarma, ni le salen las hazañas perfectas como en las películas donde figura a veces como protagonista.Lo distinguía desde pequeña por su atuendo azul, vestuario que asocio con la seguridad, las buenas maneras, la protección de las personas, el resguardo a los recursos de nuestra sociedad.

Él nació en un hogar especial, donde siempre se oían historias de generaciones anteriores, hombres que cumplían con el deber que hoy le corresponde asumir. Allí, el respeto, la entereza y el apego a la tierra que nos vio crecer, se forjaron a golpe de constancia, de ejemplo, y de fidelidad.

Esa luz que lo ilumina, es la misma que guía los pasos de los cubanos amantes de la Patria, de la paz y la armonía que existes en nuestra tierra, y en gran medida se lo debemos a él y a otros que lo acompañan en ese ejército de hombres dispuestos a ofrecer su vida a esta Revolución, como muchos lo hicieron antes.

Los molinos de viento que enfrenta mi héroe, no son los descritos en las escenas de Don Quijote, sino otros de tentaciones que procuran hacerlo tambalear. Sin embargo, no sucumbe a los deseos de saciar ambiciones banales y recuerda las palabras del abuelo: “la moral no tiene precio”.

Cuando al oscurecer arriba a casa. Está la esposa embarazada esperando, ya preocupada, pues él también es su héroe y no sabe si uno de estos días su espíritu indomable contra lo mal hecho resultará herido en algún lugar inesperado.

 

Pero el personaje de esta historia vuelve al hogar, guarda el uniforme azul y poco a poco va transformándose nuevamente en un hombre como el resto de los vertientinos que encontramos en la calle. Se va desvaneciendo esa imagen seria, impenetrable, con carácter y respetuosa siempre, hasta volver al Carlos de siempre, ese sujeto jovial que no puede vivir sin el traguito de café, la foto de la amada en la cartera o el comentario humorístico que acompaña la cotidianidad de nuestros pobladores.

Y sólo entonces descubrí que tenía razón cuando le explicaba a un pequeño que lo abordó en la calle, que los policías no son seres de otro mundo, son hombres, humanos como nosotros, que sienten rabia, dolor, alegría y emoción como nosotros, y lo más importante fue su argumento final: ser policía, se lleva en el corazón. (Por Elizabeth Rivero Cabrera/ elizabeth.rivero@cmhv.icrt.cu)

 

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