Crónica a Fidel

Extraño mucho escucharte, tu voz era de un tono suave, mi madre decía que era voz de maestro, porque cada vez que podíamos oírte era como recibir una clase, pero para mí era más que eso tu voz.

Sonabas a veces como a agua tierna de manantial, esa que recorre suavemente la tierra y deja una sensación de paz, de tranquilidad, pero en ocasiones era un poco más fuerte como campanadas para dictaminar lo que estaba mal.

Tal vez sienta la ausencia de tus manos, claro porque cuando hablabas nunca se quedaban quietas, manos grandes, gigantes, donde cabía el abrazo para 11 millones de cubanos.

Emprendiste una travesía a un lugar desconocido, lo hiciste solo, esta vez no pudimos acompañarte, y aunque un mar de pueblo veló cada metro de tu recorrido hasta la Piedra Rebelde que resguarda tus restos mortales en el cementerio de Santa Ifigenia, tu partida nos rompió el corazón a todos.

Eres como el aire, estás en todas partes para recordarnos el camino a transitar, para llenarnos de tu energía limpia y bondadosa en cada batalla que enfrentamos.

Eres un hombre de ideas y como nos enseñaste las ideas NO mueren, se multiplican. Tú existes, como un movimiento y una transformación real y continúa en cada uno de los agradecidos que viven en muchas partes del mundo. (Por Yurisey Hechavarria González/ yurisey.hechavarria@cmhv.icrt.cu)

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