Por Dania Díaz Socarrás/Radio Cadena Agramonte.
Mi hijo tiene apenas tres años. Sabe del Che lo que le hemos contado, no mucho, claro está, por su edad, sin embargo declama: “Dos gotitas de agua clara/ cayeron sobre mis pies/ las montañas lloraban/ porque mataron al Che”, tal como todos nosotros lo hemos hecho; tal como repetimos tantas veces “¡Pioneros por el Comunismo, seremos como el Che!”, porque lo más importante es que nuestros niños sepan de veras quien fue ese hombre por el que lloraron incluso las montañas.
También sabemos lo que nos contaron o leímos los de mi generación, e incluso la de mi padre, quien nació en el mismo año en que él moría, justamente un mes después.
De Ernesto Guevara de la Serna, siempre amigo, siempre Che, aún sin tenerlo delante, la frase que más me ha inspirado en toda mi vida, hacia los demás y hacia mí misma, es la siguiente: “Debemos acabar con los errores que cometen los hombres y no con los hombres que cometen errores, porque si no, un día nos quedaremos sin hombres.”
De él hallo a menudo alguna nueva máxima de vida, como esta que procuro no olvidar: “En la tierra hace falta personas que trabajen más y critiquen menos, que construyan más y destruyan menos, que prometan menos y resuelvan más, que esperen recibir menos y dar más, que digan mejor ahora que mañana”
Quizás por todo eso, por su pensamiento tan humano, es que queremos ser como él.
Asumimos sus sueños al volver sobre palabras en las que no se habla de Revolución, ni siquiera de Socialismo, porque sus aspiraciones fueron siempre las mayores, por eso decimos Comunismo, ese estado al que aspiramos y para el que el que nos asiste la quimera, porque incluye al hombre nuevo que él mismo definió.
No por gusto alguien nacido en Argentina es la guía de las más nuevas generaciones de cubanos; y ha de serlo desde el alma, desde el convencimiento y el conocimiento, para que la repetición tenga sentido, para que no se pierdan las palabras en los años ni se vuelvan sólo envase sin que entendamos ya qué es lo que contienen.
Seremos como el Che, sí, a nuestro modo y también eso hay que enseñárselo a los chicos, que los modos existen y nos hacen similares y auténticos.
Seremos como el Che. Quizás algunos se parezcan más por la firmeza, por la rebeldía juvenil bien encauzada, por el ansia de aventura, el pelo largo o las ganas de recorrer el mundo aunque sea en una motocicleta, por el coraje para no sentir lástima de sí mismos, para acudir enfermos a estudiar o a trabajar, a hacer más patria; por no creer en las limitaciones de la vida, por no cansarse de soñar.
Seremos cuanto podamos ser como los grandes, en cualquiera que sea nuestro lugar, nuestra misión, en el día a día, pero hagámoslo con la seguridad de lo que somos, con las convicciones que hicieron temblar a sus asesinos, y les dificultaron la miserable tarea de matarlo.
Seamos a conciencia lo que decidamos ser y eduquemos a los que vendrán después para que sean también lo que decidan sin defraudar ejemplos como el suyo, sin olvidar el temple del que vienen, sin ignorar que somos hijos de la tierra que el Che escogió como su casa.
Seamos como el Che, como Fidel, como Camilo, como Martí, como la Generación del Centenario, con la certeza de que no es imposible, porque también ellos fueron como nosotros.
Para mí, que también dije que sería como el Che, que lo repito orgullosa aunque ya no sea pionera, basta para eso con ser cubanos dignos, buenos seres humanos, honestos, solidarios, con pensar en los demás antes que en nosotros mismos, con amar por encima de todo.
Basta con entender momentos como este en que vivimos, cuando las privaciones llegan como alternativa para evitar males mayores.
Ahora que la comprensión y el apoyo colectivo se erigen ante las dificultades, como se crecían sus fuerzas ante el asma, ante el pésimo clima, ante las adversidades de un viaje en que les iba la vida a los tripulantes de un yate y a la patria.
Para ti puede ser cualquiera el significado de ser como el Che, pero lo importante es que haya alguno; que sepas lo que dices y que lo aprendan tus hijos, tus hermanos, tus alumnos.
Porque también él nos enseñó a asumir responsablemente las palabras, y a entregarnos en eso que a veces nos parece incomprensible: la voluntad, el desinterés material.
Su compensación será el estímulo moral en colectivo y con la más divina de las caricias para el alma, esa que nos damos cuando al mirarnos por dentro decimos: estoy orgullosa, orgulloso, feliz de lo que soy, porque soy una buena mujer, un buen hombre, un buen niño, un buen adolescente, un joven bueno.
Cuando eso sucede, probablemente desde algún lugar, entre la realidad que nos legó y el misticismo que lo acompaña hoy ante los ojos del mundo, el Che, como un hermano satisfecho, nos sonríe. (Fotos de la autora y Archivo)