El Mayor de los camagüeyanos

Monumento a Ignacio Agramonte El Mayor, en la playa del mismo nombre el 24 de febrero de 1912.

Vertientes, 11 may.- Amanece, es 11 de mayo, y con gran tristeza el pueblo camagüeyano recuerda una gran pérdida para el ejército mambí; corría así el año 1873, y en los potreros de Jimaguayú, sabanas del actual municipio de Vertientes, cayó en combate «El Mayor», Ignacio Agramonte y Loynaz.

Hijo ilustre del Camagüey, poseedor de una gran inteligencia, dueño de honestos sentimientos patrióticos y revolucionarios. Quien debía convertirse en abogado, político y militar, acertó en su impulso por conquistar la independencia de su pueblo e hizo que esta tierra gestara hombres seguidores de su espíritu y actos.

Este joven no sabía que el destino y el decursar del tiempo lo harían el más grande líder insurreccional de su provincia, forjador de la gran temida caballería camagüeyana, esa que tanta gloria aportó en la tan ansiada libertad del pueblo cubano.

Y es que Agramonte atesoró grandeza, astucia y valentía, perfecta combinación para que el Apóstol Nacional, José Martí, lo comparara con un diamante con alma de beso, de armadura fuerte y de corazón sensible ante las carencias que la época afloraba con el dominio español.

No por gusto la bella Amalia Simoni lo escogió como compañero eterno, dueño de una prosa excepcional, plasmada en su idílico epistolario, referente de inmenso amor:

«Idolatrada esposa mía: Mi pensamiento más constante en medio de tantos afanes es el de tu amor y el de mis hijos. Pensando en ti, bien mío, paso mis horas mejores, y toda mi dicha futura la cifro en volver a tu lado después de libre Cuba. ¡Cuántos sueños de amor y de ventura, Amalia mía! Los únicos días felices de mi vida pasaron rápidamente a tu lado embriagado de tus miradas y tus sonrisas. Hoy no te veo, no te escucho, y sufro con esta ausencia que el deber me impone. Por eso vivo en lo porvenir y cuento con afán las horas presentes que no pasan con tanta velocidad como yo quisiera…»

Agramonte, nunca fue más grande su audacia para morir por la Patria que hacerlo con el machete en mano, en la tierra por la que tanto luchó hasta el último momento, montado en el caballo de la libertad.

Potrero de Jimaguayú, monumento al Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, lugar de su caída en combate en 1873.

Como los grandes, no murió, solo partió hacia la eternidad y aún permanece erguida su esbeltez, en el aire puro de las palmas que embellecen el Monumento Nacional que el pueblo engalanó para el más grande de los camagüeyanos. (Por Frank Fernández García /frank.hernandez@icrt.cu) Fotos de archivo.

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